W. Cucurto y F. Casas. Foto: Naná Ribero |
Por: Giuliana Pates
La literatura no es un campo cerrado ni aislado. Tampoco es autónomo o es sólo de los críticos especializados. La propuesta que haré es poder pensar la literatura, particularmente la poesía, desde la comunicación. Esto quiere decir pensar y deconstruir las significaciones acerca de lo legítimo y las disputas por la hegemonía cultural que se dan en su interior.
Hay un conjunto de poesías argentinas publicadas en la década del noventa que se identifican por hacer emerger valores diferentes a la tradición literaria. Para los críticos y el público, no había en estas poesías elementos legítimos del lenguaje poético porque se incluían otros materiales y signos propios de la época como la publicidad, las marcas, el rock o el heavy metal, la televisión, y posteriormente, los blogs, el e-mail e Internet. Se narraba la realidad cotidiana producida y construida junto con los medios, las tecnologías y las ciencias. Por este motivo, al principio, se consideró estas poéticas como “mal escritas” y “banales” en contraposición con la poesía tradicional que estaba “bien escrita” y tenía “contenido”.
Eso nuevo que aparecía en la poesía fue combinado con el hecho de que los mismos poetas se construyeron como “analfabetos”, como escritores que escribían sin capital cultural. En este sentido, entablaron una nueva relación con las culturas masivas, que pasaron a estar en el mismo nivel que la “alta cultura”. Lo que se puso en juego también fue la figura del escritor, que de ser un consumidor de “alta literatura” ahora era un consumidor cultural que retomaba la cultura masiva como interlocución.
Hablar de “poesía de los noventa” no sólo abarca la producción poética de la década, sino que también implica pensar en una zona del campo que se nutrió de otras experiencias. Las editoriales y las revistas literarias eran escritas y distribuidas por los propios poetas, lo mismo sucedía con la organización de los concursos literarios. Se podría afirmar que no hay algún/a autor/a importante o visible de esa época que se haya dedicado únicamente a escribir su obra; la mayoría editó, reseñó, seleccionó a otros. No se trataba de escribir, sino también de pensar en la publicación, la distribución y las repercusiones.
Entre los escritores de esta época, Fabián Casas y Washington Cucurto fueron los únicos que pasaron de las editoriales independientes que publicaron sus primeros libros, como Ediciones Deldiego, Vox y Siesta, y las revistas literarias por donde circulaban, como 18 Whiskies y Diario de poesía, al circuito de editoriales multinacionales, como es el caso de Emecé-Planeta. Al mismo tiempo, fueron los únicos poetas de los noventa entrevistados por medios de comunicación nacionales como Página/12, Clarín, Perfil, Rolling Stones y que tuvieron un lugar como escritores de columnas en algunos de ellos.
Al mismo tiempo que construían una figura de poeta a partir de la reivindicación de lo marginal, de no saber escribir o no hacer literatura, de ser censurados, de no tener difusión, empezaron a ocupar un lugar en el campo literario. Fueron reconocidos por las editoriales más grandes, por medios de comunicación de tirada nacional, por entidades internacionales que los premiaron e invitaron a dar conferencias, por profesores universitarios que convirtieron sus obras en bibliografía de sus materias, por investigadores que los construyeron como objeto de estudio.
¿Qué implicancias políticas tiene ser un escritor que “no sabe escribir” y ser reconocido dentro del campo literario a la vez? ¿Hablar en lunfardo o quechua acerca de las inmigrantes centroamericanas que viven en conventillos de Buenos Aires o de chicos que alisan monedas en las vías del tren de alguna estación del Conurbano está disputando lo que se permite decir en una poesía? Las voces de estos poetas están hechas de otras voces que no son específicamente literarias y provienen de otras prácticas sociales. La poesía suponía tener un lenguaje propio, “prestigioso”, heredado de Europa. Por eso, el tratamiento de los nuevos materiales y voces que incorporan al poema estos escritores “desentonan”. La invitación es releerlos a la luz de esas variaciones que hacen en la poesía para tensar el concepto como también lo que puede ser dicho y lo que no dentro de los límites legitimados.